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  • M s all de la tiran a de las

    2019-06-10

    Más allá de la tiranía de las vanidades, existían sólidos argumentos que justificaban el alejamiento de Paz con respecto alcohol dehydrogenase inhibitor la poesía y la persona de Neruda. Con leve antelación a sus contemporáneos chilenos, Octavio Paz resaltaba dos principales defectos en la producción poética de Neruda: la ideología y la abundancia. Acerca del primero fijó su postura que conllevaba la denuncia: “La poesía de la historia no puede confundirse con la propaganda a favor de ésta o aquella causa, aún si esa causa fuese la mejor del mundo. Esto es lo que, todavía, se obstinan en ignorar los atardados seguidores de Neruda. La poesía de la historia tampoco puede consistir en el comentario moral o cínico del poeta didáctico o del satírico. La poesía de la historia brota, no de saber que estamos ante la historia sino en ella: somos historia” (“Poesía e historia: y nosotros”, 1993c: 117). Y luego venía el reproche expreso contra Neruda: “La poderosa máquina de propaganda de los partidos comunistas y la influencia que tuvo durante la postguerra la ideología llamada de izquierda, lo convirtieron en una figura pública. Fue un ídolo o, más exactamente, un mito. Pero los mitos tienden fatalmente al estereotipo y Neruda no escapó a la estatua de cartón. En sí misma, la actividad política no tenía por qué haberlo dañado: pensemos en Milton o en Víctor Hugo. Pero Neruda no supo guardar las distancias con los jerarcas de su partido” (112). En cuanto al segundo defecto, llamado abundancia, Paz argumenta: “lo dañó porque le hizo confundir la facilidad con la inspiración” y ejemplifica: “Publicó muchos libros, algunos malos de veras y otros desiguales como el escarpado y difuso , gran olla en donde hay de todo: hundimos la mano y sacamos pájaros de cuarzo, silbatos de plumas, conchas irisadas, pistolas oxidadas, cuchillos rotos, ídolos descalabrados. Arengas, diatribas, kilómetros de lugares comunes y de pronto, sin aviso, luminosos y arrebatadores, manojos de esplendores recién cortados, intactos y todavía vivos” (112). Califica de “admirables” algunas de las y de “singular” el porque “logra algo muy difícil: la sonrisa del taciturno”. Pero después de detallar lo malo y lo bueno, añade una reivindicación de la obra de Pablo Neruda, que solía reiterar en sus conversaciones finales, asegurando que, bien editado, el chileno sin duda surgiría como el más grande poeta hispanoamericano del siglo xx, lo cual significaba: por encima de su propia obra. Así lo consignó por escrito para la posteridad incrédula:
    Al estudiar los personajes femeninos en la novela negra anglosajona, Glen Close concluye que una mirada masculina lujuriosa erotiza el cuerpo de la víctima femenina hasta en la muerte y que esta erotización corre pareja con una rabia misógina, pues una y otra vez autores, asesinos y detectives insinúan que la mujer se transformó en víctima por su “maldad sexual” (91), porque se lo buscó, porque provocó al hombre. Esta fascinación por el cadáver erotizado explica que también en la literatura latinoamericana de hoy en día las escenas “necro-pornográficas” presentan gozosamente los cuerpos muertos a evolution la inspección anatómica del lector (101). El crítico opina que esta tendencia es aún más llamativa cuando la practican escritores progresistas o con talento para la literatura como Taibo II (, 1987) y Jorge Volpi (, 2007) o cuando aparece en un lugar donde los asesinatos de mujeres se han convertido en un escándalo de dimensiones internacionales, como es el caso del norte de México (105-106). Este diagnóstico severo, Close lo termina con una nota positiva al citar dos obras que se apartan de la corriente mayoritaria. La artista visual sinaloense Teresa Margolles demuestra una genuina piedad por el destino de las muertas, especialmente en algunas de sus fotografías. Por su parte, la novela póstuma (2004) de Roberto Bolaño que alterna los relatos del descubrimiento de cadáveres, las biografías de las víctimas y los esfuerzos ineficaces de la policía nunca concede el consuelo justiciero que promete el género ni explota imágenes de mujeres muertas para excitar al lector. Los términos en los que Close expresa su apreciación por Bolaño coinciden con los empleados por Andrés Ibáñez, quien estima que: “[Bolaño] busca, por todos los medios y con todas sus fuerzas, evitar el ornato, la vaguedad, lo difuso. […] No hablemos ya del tópico o del lugar común” (s.p.).